martes, 22 de febrero de 2011

El derecho a la ciudad


El cambio más revolucionario que ha tenido Colombia en los últimos cien años es el proceso de urbanización y la concentración ciudadana en zonas urbanas. La conformación de ciudades crecientes, atractivas; que entusiasman a los empresarios para invertir; que dinamizan el comercio y convierten los servicios públicos en negocios sociales y rentables; que valoran el espacio público y la recreación popular; que encausan el pensamiento ciudadano hacia la solución de los problemas colectivos antes que los individuales, es sin duda una gran modificación de la realidad colombiana.
La ciudad se ha convertido en un imaginario social que contiene todas las claves para satisfacer las aspiraciones ciudadanas. La ciudad es para el ciudadano moderno el sueño y la gran oportunidad para ser más. La gente busca en la ciudad un empleo, una buena educación, la buena vida que todo ser humano sueña y que le es esquiva en otros lugares remotos.
La ciudad es un referente que para cada persona tiene un significado distinto, según sean sus problemas, sueños y aspiraciones. Para un campesino, por ejemplo, la ciudad es cualquiera, la que encuentre más cerca. Para un habitante pudiente bogotano la ciudad puede ser la misma Bogotá o una gran ciudad en otro país. Aquellos que en Colombia no encuentran empleo ni oportunidades, sueñan con otra ciudad como su redención, como una meta de progreso que se debe intentar alcanzar; entonces, piensan en otra patria porque aquí no encuentran patria, y sueñan su ciudad en EE.UU o en Europa, o donde hayan escuchado decir que hay trabajo para todos. En cambio, quienes viven en una ciudad que llene sus sueños, nunca la quieren dejar.
Por eso, el mundo de hoy es un continuo proceso de emigración y desplazamiento. Quienes habitan ciudades pequeñas emigran a ciudades de mayor desarrollo urbano. Los habitantes de países pobres quieren ir a países más ricos. Toda persona quiere pasar a otro estado hipotéticamente mejor. La emigración a la ciudad ha sido una constante en la historia de la humanidad.
En épocas anteriores, quienes buscaban la ciudad lo hacían voluntariamente para superarse o abrir nuevas oportunidades a sus hijos. En los últimos tiempos, los acosados por la barbarie –ricos y pobres– también emigran a buscar su destino citadino. Muchos compatriotas pudientes se van a una ciudad foránea de huida de la violencia que no los deja progresar, para ver si fuera de la patria encuentran la paz y el progreso. Otros compatriotas pobres buscan la ciudad cuando son expulsados de sus lugares por la barbarie. Tienen que abandonar intempestivamente sus hogares, no tienen tiempo de preparar su incierto destino, salen angustiados, sin rumbo, en busca de un lugar siempre extraño.
Los de menos recursos, cuando llegan nuevos a la ciudad son mirados con recelo, y en ocasiones son excluidos de oportunidades de trabajo, se les niega la integración a la vida urbana. Existen gobernantes que se fastidian cuando llega un pobre a la ciudad, como si una ciudad fuese una sociedad anónima sin corazón, donde para ingresar hay que pagar acciones. Asimismo, los países desarrollados han excluido de hecho a los emigrantes pobres: niegan la visa a quien no muestre recursos suficientes. Pareciera no existir política social internacional sino política internacional de rentabilidad económica. Los Tratados de Libre Comercio deberían contemplar el respeto a la dignidad humana de los más pobres, pues un pacto igual entre desiguales lo gana el más fuerte. Resulta paradójico que un bien de consumo se mueve libremente entre ciudades, pero que al mismo tiempo, se le niegue la movilidad internacional a los seres humanos de países pobres, se les niegue el derecho a la ciudad.
Resulta curioso que ninguna legislación nacional o internacional contemple una defensa del Derecho a la Ciudad para todos los humanos, sin distingos. Es tiempo de modernizar el Código de los Derechos Universales del Ser Humano, e incluir en él el derecho a la ciudad, como una necesidad de construir sociedades contemporáneas igualitarias. De no ser así, la humanidad creará una comunidad de marginados amontonados y quietos en sus madrigueras, mientras por su lado, circulan un puñado de poderosos que se mueven con libertad y todas las oportunidades por todo el planeta.
Desde tiempos milenarios la ciudad ha sido una oportunidad de avance, un sueño para el que viene de más abajo, una esperanza para la movilidad social, un cambio hacia una nueva vida. La ciudad es la búsqueda de la felicidad, de la cual ninguna persona quiere estar lejos. Por eso, ni a los desplazados ni a ninguna otra persona se le puede negar el derecho a la ciudad, el derecho a participar activamente dentro de la vida urbana.
El derecho a la ciudad es una figura moderna que tiene que ser reconocida y llevada a derecho fundamental. Es un derecho para los que llegan a una metrópoli con necesidad y aspiraciones, y también para los pudientes, que salen para ciudades lejanas buscando ampliar sus horizontes. El derecho a la ciudad está en mora de ser incluido en la legislación contemporánea, para construir ciudades justas e incluyentes.

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